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diumenge 2 de desembre de 2007
Preparativos para una vida después del petróleo
Michael T. Klare

El pasado mayo, en una movida de bajo perfil y que pasó casi desapercibida, el Departamento de Energía señaló un próximo cambio de época en los Estados Unidos, e incluso en la historia mundial: estamos acercándonos al fin de la Era del Petróleo e ingresando en la Era de la Insuficiencia. El Departamento ha dejado de hablar del “crudo” en sus proyecciones sobre la futura disponibilidad de petróleo y comenzado a hablar de “líquidos”. La producción mundial de “líquidos”, indicó el Departamento, podría elevarse de 84 millones de barriles de equivalentes de petróleo (MBOE) por día en 2005, a 117.7 mboe proyectados hacia 2030 -apenas suficiente para satisfacer la demanda que, se anticipa, será de 117.6 mboe-. Aparte de sugerir el grado de transformación de las compañías petroleras que han dejado de ser simples ofertantes de petróleo para pasar a ser proveedoras de una gran variedad de productos líquidos -incluyendo combustibles sintéticos derivados del gas natural, maíz, carbón y otras sustancias-, este cambio insinúa algo aún más fundamental: hemos entrado en una nueva etapa de intensificación de la competencia energética y de creciente dependencia en el uso de la fuerza para proteger las fuentes de petróleo en el extranjero.

Para apreciar la naturaleza del cambio, es útil indagar un poco más en la curiosa terminología del Departamento de Energía. Los “líquidos”, explica el Departamento en su International Energy Outlook para 2007, incluyen al petróleo “convencional” así como líquidos “no convencionales” -especialmente arenas asfálticas, esquisto bituminoso, biocombustibles y gas y carbón licuifacturados. Si bien estos componentes eran relativamente insignificantes en el negocio de la energía, han pasado ahora a cobrar una importancia mucho mayor, a medida que la producción de petróleo flaquea. Además, el Departamento de Energía proyecta que la producción de líquidos no convencionales podría cuadruplicarse desde sólo 2,4 mboe diarios en 2005 a 10,5 en 2030. Pero la verdadera historia no es el espectacular crecimiento de los combustibles no convencionales, sino el estancamiento en la producción del crudo convencional. Observado desde esta perspectiva, es difícil no arribar a la conclusión de que el cambio de “petróleo” a “líquidos” en la terminología del Departamento no es un intento sutil por disfrazar el hecho de que la producción mundial de petróleo está, o está próxima a alcanzar su capacidad máxima y que podemos esperar un pronto descenso en la disponibilidad mundial de petróleo convencional.

El petróleo es, por supuesto, una sustancia finita, y los geólogos hace tiempo que vienen advirtiendo sobre su extinción. La extracción de petróleo, como la de otros recursos no renovables, seguirá una curva parabólica en el tiempo. La producción aumenta rápidamente al principio y luego desciende gradualmente hasta que se extrae aproximadamente la mitad de la oferta original; en ese punto, se alcanza la cima y la producción comienza un irreversible descenso hasta que se encarece demasiado como para extraer lo poco que queda. La mayoría de los geólogos especialistas en petróleo cree que ya hemos alcanzado el punto medio en el agotamiento de la herencia petrolera mundial y, por lo tanto, acercándonos a la cima en la producción; el único debate interesante es sobre cuán cerca estamos de haber llegado a ese punto, si ya lo hemos alcanzado o aun faltan algunos pocos años.

Hasta hace muy poco tiempo, los analistas del Departamento de Energía estaban dentro del grupo de optimistas que alegaban que la cúspide en la producción petrolera estaba tan lejana en el tiempo que no era necesario reflexionar mucho sobre el tema. Dejando de lado la ciencia correspondiente, la promulgación de esa mirada ingenua sobre el asunto obviaba cualquier necesidad de abogar por mejorar la eficiencia en el combustible para automóviles o para acelerar el progreso en el desarrollo de combustibles alternativos. Dadas las prioridades de la Casa Blanca, no llama la atención que este punto de vista haya prevalecido en Washington.

De todos modos, en los últimos seis meses los indicios de un inminente límite en la producción de petróleo convencional han sido imposibles de ignorar por los analistas conservadores del sector. Éstos han provenido tanto del rudo mundo fijador de precios y facilitador de negocios, como de los expertos internacionales en el sector energético.

Tal vez lo más grave haya sido el espectacular incremento del precio del crudo. Éste atravesó por primera vez la perdurable barrera psicológica de los 80 dólares el barril en septiembre y, desde entonces, ha llegado a los 90 dólares. Muchas razones se han alegado para explicar este aumento en el precio del petróleo, desde los disturbios que han complicado la producción petrolera en la región del Delta de Nigeria, el sabotaje de los oleoductos en México, el impacto del paso de los huracanes en el Golfo de México, hasta el miedo a los ataques turcos sobre los santuarios de la guerrilla kurda en Irak. Pero la realidad subyacente es que la mayoría de los países productores de petróleo está extrayendo a su máxima capacidad y encontrándose con crecientes dificultades para levantar la producción con el fin de cubrir el incremento de la demanda internacional.

Incluso la decisión de la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP) de aumentar la producción a 500.000 barriles diarios fracasó en su intento de detener el movimiento ascendente de los precios. Preocupada por el hecho de que un excesivo aumento en los costos del petróleo podría desencadenar una recesión mundial y una menor demanda de sus productos, los países de la OPEP acordaron incrementar su producción combinada en una reunión llevada a cabo en Viena el 11 de septiembre. “Pensamos que el precio de mercado es un poco alto”, explicó el ministro de energía kuwaití, Mohammad al-Olaim. Pero la jugada sólo consiguió un pequeño descenso en los precios. Evidentemente, la OPEP podría haberse comprometido a incrementar de forma más notable la producción para alterar el ambiente del mercado, aunque no está del todo claro que sus miembros posean la capacidad de hacerlo -ahora o en el futuro-.

Un signo de advertencia de otro tipo lo dio la decisión de Kazajstán, en agosto, de suspender el desarrollo de la gigantesca región petrolera de Kashagan, en su sector del mar Caspio, iniciado por un consorcio de empresas occidentales a finales de los 90. Se dijo que Kashagan era el proyecto petrolero más prometedor desde el descubrimiento de petróleo en la Bahía Prudhoe en Alaska en los 60. Pero la empresa se encontró frente a enormes problemas técnicos y todavía no ha producido ni un barril. Frustrado por la incapacidad de generar beneficios económicos con el proyecto, el gobierno de Kazajstán ha aducido riesgos ambientales y costos excesivos para justificar la suspensión de las operaciones y exigir voz y voto en el proyecto.

Al igual que el importante aumento del precio del petróleo, el episodio de Kashagan es un indicador de las crecientes dificultades que enfrenta la industria petrolera para elevar la producción mientras crece la demanda. “Todas las compañías petroleras están luchando para incrementar la producción” le dijo Peter Hutchens, de Teather & Greenwood, al Wall Street Journal en julio. “Se está volviendo más y más difícil llevar a cabo los proyectos ajustados al presupuesto y a tiempo”.

Que este debilitamiento de la industria no es un problema transitorio sino sintomático de una larga tendencia fue confirmado en dos importantes estudios publicados el pasado verano por organizaciones de esta industria conservadora.

El primero de estos fue publicado el 9 de julio por la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés), afiliada a la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo, el club de los principales poderes industriales. El “Informe sobre el Mercado Petrolero a mediano plazo” (Medium-Term Oil Market Report), es una fidedigna evaluación de la ecuación de la oferta y demanda mundiales durante el periodo 2007-2012. La noticia no es buena.

Basándose en una predicción de crecimiento medio de la actividad económica mundial del 4,5% anual durante ese periodo -en parte debido al desenfrenado crecimiento de China, India y Oriente Medio- el informe concluye que la demanda mundial de petróleo aumentará un 2,2% anual, elevando el consumo mundial de petróleo desde aproximadamente 86 millones de barriles diarios en 2007 a 96 millones en 2012. Con suerte y nuevas y abundantes inversiones, la industria petrolera será capaz de incrementar la producción con lo justo para satisfacer los crecientes niveles de demanda anticipada para 2012. Pero más allá de eso, de todos modos, parece poco probable que la industria sea capaz de sostener cualquier incremento de la demanda. “El petróleo parece extremadamente limitado dentro de cinco años”, declaró la agencia.

Un número de preocupaciones concretas subyace a la conclusión general del Informe. La más notable es que identifica un preocupante descenso en el rendimiento de los pozos petroleros más antiguos de los países no miembros de la OPEP y la correspondiente necesidad de incrementar la producción desde los países de la OPEP (la mayoría de los cuales se localizan en regiones conflictivas de Medio Oriente y África). Las cifras implicadas son asombrosas. A primera vista, pareciera que a la necesidad de unos 10 millones de barriles diarios adicionales entre 2007 y 2012, deberían añadirse otros 2 millones de barriles diarios anuales durante el próximo quinquenio -una meta posiblemente alcanzable-. Pero esto no tiene en cuenta el declive de los pozos más antiguos. De acuerdo con el informe, el mundo en realidad necesita 5 millones extra: 3 millones para compensar el agotamiento de los pozos viejos más 2 millones por el incremento de la demanda. Este es un desafío desalentador y posiblemente inalcanzable, especialmente cuando uno considera que casi la totalidad del petróleo adicional tendrá que provenir de Irán, Irak, Kuwait, Arabia Saudita, Algeria, Angola, Libia, Nigeria, Sudán, Kazajstán y Venezuela -países que no inspiran el tipo de confianza que los inversores necesitan para construir oleoductos, máquinas perforadoras y otra infraestructura necesaria-.

Causas similares para esta ansiedad pueden encontrarse en el segundo estudio importante publicado el pasado verano, “Enfrentando las difíciles verdades sobre la energía” (Facing the Hard Truths About Energy), elaborado por el Consejo Nacional del Petróleo (NPC, por sus siglas en inglés). Dado que supuestamente brindaba un punto de vista “objetivo” sobre el dilema energético norteamericano, el informe fue ampliamente reproducido en Capitol Hill y en los medios de comunicación; cabe agregar que su autor principal es Lee Raymond, ex director jefe de ExxonMobil.

Como el Informe de la IEA, este estudio del NPC comienza con la afirmación de que, con políticas adecuadas y mayor inversión, la industria será capaz de satisfacer la demanda norteamericana e internacional de petróleo y gas natural. “Afortunadamente, el mundo no está agotando sus recursos energéticos”, dice el informe. Pero como abundan los obstáculos al desarrollo y distribución de estos recursos, se requieren urgentemente políticas y prácticas apropiadas. A pesar de que “no hay una única solución para los múltiples desafíos a los que nos enfrentamos”, los autores concluyen que ellos “confían en que la pronta adopción de estas estrategias” permitirá a los Estados Unidos satisfacer sus necesidades energéticas en el largo plazo.

Sin embargo, al seguir leyendo el informe, surgen serias dudas. Nuevamente, las preocupaciones sobre las crecientes dificultades para extraer petróleo y gas de las regiones menos favorables y los riesgos geopolíticos asociados con la dependencia de productores inestables y poco amigables. De acuerdo con el NCP (que usa cifras de la IEA), se estima que se necesitarán 20 billones de dólares en infraestructura nueva durante los próximos 25 años para asegurar que el aprovisionamiento de energía sea suficiente para satisfacer la demanda mundial.

El informe luego afirma lo obvio: “Un clima de inversión estable y atractivo será necesario para atraer capitales adecuados a la evolución y expansión de la infraestructura energética”. Aquí es donde cualquier observador astuto debe comenzar a alarmarse porque, como nota el estudio, no puede esperarse ese clima. A medida que el centro de gravedad de la producción mundial de petróleo está desplazándose hacia la de los países de la OPEP y la producción energética dirigida por el Estado como en Rusia, serán los factores geopolíticos más que los de mercado, quienes dominarán el escenario.

“Estos cambios tienen consecuencias muy importantes para los intereses, estrategias y políticas estadounidenses”, dice el informe del NCP. “Muchos de los cambios esperados pueden aumentar los riesgos para la seguridad energética en un mundo donde la influencia de Estados Unidos es probable que disminuya a medida que el poder económico se traslade a otras naciones. En los años venideros, las amenazas a la seguridad de las principales fuentes mundiales de petróleo y gas natural pueden empeorar”.

Las implicaciones son obvias: es probable que los principales inversores no suelten los billones de dólares que se necesitan para estimular la producción en los próximos años, lo que sugiere que la producción de petróleo convencional no alcanzará los elevados niveles predecidos por el Departamento de Energía, sino que pronto comenzará un declive irreversible.

Esta conclusión conduce a dos impulsos estratégicos evidentes: primero, el gobierno buscará tranquilizar a los principales inversores prometiéndoles que sus inversiones internacionales serán protegidas mediante el despliegue de las fuerzas militares norteamericanas; y, segundo, la industria buscará proteger sus apuestas reconduciendo sus inversiones hacia el desarrollo de líquidos no petroleros.

El nuevo “Consenso de Washington”

La necesidad de un vigoroso papel militar de los Estados Unidos para proteger los recursos energéticos en el extranjero ha sido el principal aspecto de la política exterior norteamericana desde 1945, cuando el presidente Roosevelt se reunió con el rey saudí Abdul Aziz y le prometió proteger su reino en recompensa por el privilegiado acceso al petróleo de ese país.

En la más famosa expresión de ese vínculo, el presidente Carter afirmó en enero de 1980 que el flujo petrolero ininterrumpido desde el Golfo Pérsico está entre los intereses vitales del país y que para proteger estos intereses, los Estados Unidos emplearán “cualquier medio necesario, incluida la fuerza militar”. Este principio fue luego citado por el presidente Reagan como el fundamento para “re-embanderar” los buques petroleros kuwaitíes con la insignia americana durante la guerra entre Irán e Irak de 1980-1988 y protegerlos con buques de guerra norteamericanos -una postura que le condujo a algunos choques esporádicos con Irán-. El mismo principio fue posteriormente invocado por George Bush como justificación para la Guerra del Golfo de 1991. Al tener en cuenta estos eventos anteriores, es importante reconocer que el uso de la fuerza militar para proteger los flujos de petróleo importado generalmente ha disfrutado de un amplio apoyo bipartidista en Washington. Inicialmente, este panorama bipartidista se centró principalmente en el área del Golfo Pérsico, pero desde 1990 se ha ido extendiendo también hacia otras regiones. El presidente Clinton buscó ansiosamente establecer fuertes lazos militares con los Estados petroleros del Mar Caspio, Azerbaiyán y Kazajstán, luego del derrumbe de la URSS en 1991, mientras que George W. Bush ha buscado ávidamente una mayor presencia militar estadounidense en las regiones africanas productoras de petróleo, llegando incluso a impulsar la instalación de un Comando militar Africano-estadounidense (Africom).

Uno podría pensar que la actual debacle en Irak podría resquebrajar este consenso, pero no existe ninguna evidencia de que sea así. De hecho, lo opuesto parecer estar sucediendo: posiblemente temerosos de que el caos en Irak se extienda hacia otros países de la región del Golfo, las principales figuras de ambos partidos están reclamando por una revigorización del papel militar en la protección del reparto de energía extranjera. Tal vez la expresión más explícita de este consenso entre las elites políticas sea el informe independiente del grupo de trabajo, “Consecuencias sobre la Seguridad Nacional de la dependencia de crudo Norteamericana”, respaldado por varios Demócratas y Republicanos prominentes. Fue publicado en octubre de 2006 por la Comisión bipartidista de Relaciones Internacionales (CFR, por sus siglas en inglés), co-presidido por John Deutch, subsecretario de defensa en la Administración Clinton, y James Schlesinger, secretario de defensa en las Administraciones Nixon y Ford. El informe advierte sobre los crecientes peligros para asegurar el flujo de petróleo extranjero. Al concluir que los Estados Unidos tienen la capacidad de proteger el comercio de crudo mundial contra la amenaza de obstrucción violenta, argumenta a favor de la necesidad de sostener una fuerte presencia militar estadounidense en las áreas productoras clave y en las rutas marítimas que conducen el petróleo extranjero hacia las costas norteamericanas.

Tener conciencia de este nuevo “Consenso de Washington” sobre la necesidad de proteger las fuentes de petróleo extranjeras con tropas norteamericanas, ayuda a explicar muchos de los hechos que recientemente han acontecido en Washington. Y más significativamente, echa luz sobre la postura estratégica adoptada por el presidente Bush al justificar su determinación por mantener una potente fuerza militar en Irak -y por qué los Demócratas han encontrado tan difícil impugnar esta postura-.

Consideremos el discurso sobre Irak que realizó Bush el 13 de septiembre. “Si nos fuésemos de Irak”, profetizó, “extremistas de todo tipo se envalentonarán... Irán podría beneficiarse del caos y reforzar su voluntad de obtener armas nucleares y dominar la región. Los extremistas podrían controlar una zona estratégica de la oferta mundial de energía”. Y entonces viene el golpe de efecto: “Cualquiera sea el partido al que pertenezcas, cualquiera tu postura sobre Irak, debemos ser capaces de acordar en el hecho de que los Estados Unidos tienen un interés vital en prevenir el caos y llevar esperanza a Oriente Medio”. En otras palabras, lo de Irak no tiene que ver con democracia, armas de destrucción masiva o terrorismo, sino con mantener la estabilidad regional para asegurar que los flujos petroleros no se vean interrumpidos y mantener estable la economía estadounidense; fue casi como si él estuviera hablando a la multitud bipartidista que respaldó el informe del CFR mencionado antes.

Está muy claro que los Demócratas, o al menos las facciones dominantes, se encuentran con grandes dificultades para refutar frontalmente este argumento. En marzo, por ejemplo, la senadora Hillary Clinton dijo al New York Times que Irak está “justo en el corazón de la región petrolera” y que, entonces, “está directamente en oposición a nuestros intereses” como para que se transforme en un Estado malogrado o un títere de Irán. Esto significa, continúa la senadora, que será necesario mantener indefinidamente algunas tropas estadounidenses en Irak, para brindar apoyo logístico y entrenamiento al ejército iraquí. El senador Barack Obama también ha hablado de la necesidad de mantener una presencia militar robusta en Irak y en las áreas circundantes. De esta manera, mientras correctamente clama por la retirada de la mayoría de las brigadas de combate de Irak, ha apoyado una “fuerza indefinida que pueda prevenir el caos en la región”.

Dada esta perspectiva, es muy difícil para el grueso de los Demócratas desafiar a Bush cuando dice que se necesita una presencia norteamericana en Irak “duradera”, o cambiar la actual política de la Administración, salvo que haya un gran contratiempo militar o algún otro evento imprevisto. De la misma manera, será difícil para los Demócratas evitar un ataque estadounidense sobre Irán si esto puede ser enmarcado como un un movimiento necesario para evitar que Teherán amenace la seguridad en el abastecimiento petrolero del Golfo Pérsico.

Tampoco podemos anticipar un cambio sustancial en la política estadounidense con respecto a la región del Golfo por parte de la próxima Administración, sea Demócrata o Republicana. En todo caso, deberíamos esperar un incremento en el uso de la fuerza militar para proteger el flujo extranjero de petróleo a medida que el nivel de amenaza aumenta con la necesidad de nuevas inversiones para prevenir aún más reducciones en la oferta mundial.

La urgencia por los líquidos alternativos

A pesar de la determinación a seguir expandiendo la oferta de petróleo convencional durante el mayor tiempo posible, el gobierno y los grandes directivos de la industria son conscientes de que de algún modo esos esfuerzos serán insuficientes a medida que pase el tiempo. También saben que la presión pública para que se reduzcan las emisiones de dióxido de carbono -ralentizando la acumulación de gases de efecto invernadero- y para evitar la exposición en el conflicto de Oriente Medio, seguramente se incrementará en los años venideros. Por consiguiente, están poniendo mayor énfasis en el desarrollo de alternativas al petróleo que puedan ser abastecidas en EEUU o en la vecina Canadá.

El nuevo énfasis fue dado a conocer a la nación en el último discurso de Bush sobre el Estado de la Unión. Apuntando al tema de la independencia energética y la necesidad de modernizar el ahorro energético, anuncióun ambicioso plan para aumentar la producción doméstica de etanol y otros biocombustibles. La Administración parece estar a favor de varios tipos de alternativas al petróleo: etanol derivado de hornos de maíz, forrajes y otros cultivos no comestibles (etanol celuloso); diesel derivado de la soja [biodiesel]; y líquidos derivados del carbón [coal-to-liquids], gas natural [gas-to-liquids] y pizarra bituminosa. Todos estos métodos están siendo probados en laboratorios universitarios e instalaciones provisorias, y serán aplicados a escala comercial en grandes proporciones, durante los próximos años con el apoyo de varias agencias gubernamentales.

En febrero, por ejemplo, el Departamento de Energía anunció garantías por un total de 385 millones de dólares para la construcción de seis plantas piloto para procesar etanol celuloso; cuando estén finalizadas en 2012, estas “biorrefinerías” producirán más de 590 millones de litros anuales de etanol celuloso (Estados Unidos ya produce importantes volúmenes de etanol, cocinando y fermentando granos de maíz, un proceso que consume grandes cantidades de energía y desperdicia una importante cantidad de cultivos alimentícios, que solo sustituyen una pequeña porción del petróleo consumido; las plantas de celulosa propuestas usarían biomasa no comestible como insumos y consumirían bastante menos energía).

Igualmente ansiosas para desarrollar alternativas al petróleo están las principales compañías energéticas, todas las cuales han instalado laboratorios o divisiones para explorar futuras opciones de energía. BP//1 ha sido particularmente agresiva; en 2005 estableció BP Energía Alternativa y reservó 8 mil millones de dólares para tal propósito. El pasado febrero este nuevo emprendimiento (spin-off) anunció una subvención de 500 millones de dólares -posiblemente la más generosa de este tipo hasta el momento- a la Universidad de California, Berkeley, la Universidad de Illinois y el Laboratorio Internacional Lawrence Berkeley para crear un Instituto de Biociencias Energéticas con el objeto de desarrollar biocombustibles. BP dijo que espera que el Instituto “explore la aplicación de la biociencia a la producción de energías nuevas y más limpias, especialmente combustibles para el transporte terrestre”.

Casi todas las grandes compañías energéticas están apostando por las arenas asfálticas canadienses -una sustancia viscosa que se encuentra en la provincia canadiense de Alberta, que puede ser convertida en petróleo sintético- pero sólo con esfuerzos y gastos extraordinarios. De acuerdo con el Departamento de Energía, la producción de betún canadiense crecerá de 1,1 mboe en 2005 a 3,6 en 2030, un incremento que, esperan, sea enviado a EEUU. Buscando sacar provecho de esta bonanza, las grandes corporaciones estadounidenes, como Chevron, están compitiendo por acaparar contratos en los campos de alquitrán de Alberta del norte.

Pero si bien la extracción de arenas asfálticas en Canadá resulta atractiva desde una perspectiva geopolítica, es muy destructiva para el medio ambiente. Se necesitan grandes cantidades de energía para extraer el betún y convertirlo en un líquido útil, emitiendo tres veces más gases de efecto invernadero que la producción de petróleo convencional; el proceso resultante deja fuentes de agua contaminadas y paisajes desérticos en el camino. A pesar de que raramente se menciona en la prensa estadounidense, en Canadá está creciendo la oposición contra el daño medioambiental perpetrado por estas colosales operaciones.

Los factores ambientales amenazan otras potenciales fuentes de líquidos que son buscadas por las empresas energéticas estadounidenses con fuerte apoyo gubernamental: petróleo de esquisto bituminoso, o líquidos petroleros extraídos de rocas inmaduras que se encuentran en la cuenca del Rio Verde, en el oeste de Colorado, el este de Utah y el sur de Wyoming. Los geólogos del gobierno afirman que el esquisto de las rocas en Estados Unidos alcanza el equivalente a 2,1 billones de barriles de petróleo - lo mismo que la capacidad mundial original de petróleo convencional-. De todos modos, la única forma de extraer este supuesto tesoro es dragar a campo abierto (strip-mine) una vasta zona virgen y calentar la roca a 500 grados celsius, creando montañas de desperdicios en el proceso. Aquí también, crece la oposición a esta masiva y destructiva agresión al medioambiente. Sin embargo, la Shell Oil ya ha instalado una planta piloto en el Condado de Rio Blanco en el oeste de Colorado, con el fuerte apoyo de la Administración Bush. La vida tras la cima

Ya tenemos un panorama de la situación energética mundial después de superar la cima de la producción de petróleo convencional, con tropas que están siendo trasladadas de una zona petrolera caliente a otra y una parte creciente de nuestro combustible para transporte abastecido por líquidos no derivados del petróleo, de una u otra clase. No puede anticiparse con precisión qué forma tomará la ecuación energética en el futuro, pero es obvio que este arduo proceso condicionará los debates sobre política estadounidense, tanto interna como exterior, durante mucho tiempo.

Como sugiere esta breve evaluación, tras superar la cima de la producción petrolera, este país sufrirá unas profundas y duraderas consecuencias, de difícil solución .Al afrontar el futuro deberemos, sobre todo, repudiar las respuestas simples, tales como la “independencia” energética basada en la destrucción de las tierras vírgenes o la falsa promesa del etanol derivado del maíz (que solo puede proveer una insignificante fracción de nuestros requerimientos para transporte). Queda claro, además, que muchas de las alternativas energéticas propuestas por la Administración Bush son significativamente peligrosas en sí mismas, por lo que deben ser cuidadosamente examinadas antes de que vastas sumas de dinero sean comprometidas para su desarrollo. El rumbo más seguro y moralmente defendible es repudiar cualquier “consenso” que demande el uso de la fuerza para proteger las fuentes extranjeras de petróleo y esforzarse para conservar lo que queda de petróleo en el mundo usando de él lo menos posible.

NOTA DE LA TRADUCTORA: //1 BP (British Petroleum) es una empresa dedicada a la producción y comercialización de productos energéticos, fundamentalmente petróleo y gas. Según la revista Forbes, ocupa el octavo lugar entre las empresas más grandes del mundo. Tiene su sede en Londres, pero opera en muchos países. En España es la tercera empresa del sector, tras Repsol y Cepsa.

Michael T. Klare es profesor de Estudios de la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College de Amherst, Massachusetts , y el autor de Blood and Oil: The Danger and Consequences of America`s Growing Petroleum Dependency.



 
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