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diumenge 27 de febrer de 2011
Cuaderno de Crisis
También los salarios
Albert Recio

En esta crisis la derecha económica parece seguir la “estrategia del salchichón”: primero se corta una punta, después el trozo que sigue y así sucesivamente hasta comérselo todo. Pasito a pasito. No han tenido tiempo los sindicatos de tratar de presentar como victoria su aceptación del recorte de las pensiones (en la que sólo han conseguido introducir pequeños paliativos), cuando ya están siendo atacados en un nuevo flanco: el del modelo salarial.

Como ha ocurrido en el tema de la austeridad fiscal y las pensiones, la presidenta alemana Angel Merkel se ha erigido en portavoz de unas propuestas que en seguida han contado con la aprobación de los corifeos del neoliberalismo patrio (neoliberales que no desdeñan sus cargos de funcionarios públicos, sea en el Banco de España o en las Universidades).

No sé si con los pactos se ha conseguido parar el desmantelamiento del modelo de negociación colectiva y la instauración del modelo a la americana, donde solo existen convenios en aquellas empresas donde los sindicatos consiguen sobrevivir. Es más probable que al final se salven las formas pero se introduzcan tantos mecanismos de flexibilización que se produzca una pérdida de la cobertura efectiva de los convenios en las pequeñas empresas. Un espacio donde ya actualmente los convenios y las leyes no siempre se cumplen. La andanada actual se dirige hacia otro elemento de la negociación: el papel que tiene la evolución de los precios en la fijación de los salarios.

Como la evolución de los precios afecta al salario real (a nuestro poder adquisitivo) los sindicatos siempre han considerado que hay que tomar el nivel de inflación como un elemento a tener en cuenta a la hora de negociar salarios. Como aquella es a menudo difícil de prever, uno de los mecanismos posibles es el introducir una cláusula de revisión que compense la caída de salario real que se ha producido desde la firma del convenio. Las fórmulas para introducir esa cláusula son diversas, pero el principio es el mismo.

Hace ya muchos años que estos mecanismos de indexación de los salarios han sido cuestionados por los economistas neoliberales, alegando que su existencia refuerza las espirales inflacionistas. Ya en los Pactos de la Moncloa se cambió el sistema de evaluación de la inflación (en lugar de compensar la pérdida de poder adquisitivo en 1977 -más del 27%- se introdujo la previsión para 1978 -menor-) y después el diseño de las cláusulas de revisión ha tratado de compatibilizarse con la moderación salarial. Es cierto que en este período los mecanismos de revisión se eliminaron en bastantes países, pero hay que ser cuidadosos con las comparaciones porque las diferencias entre sistemas de negociación colectiva se encuentran en muchos aspectos.

Ahora el “diktat” dice que hay que olvidarse de la inflación y negociar sólo los aumentos de productividad.

Una variable por sí misma difícil de medir y no exenta de trampas diversas. Pero aun aceptando que esta variable fuera de fácil medición, se siguen planteando preguntas importantes. Cualquier buen estudiante de economía aprende que un aumento de los salarios equivalente al aumento de la productividad y la inflación deja inalterados los costes laborales medios reales y la distribución del producto entre salarios y beneficios. Fijar los aumentos salariales en términos de productividad implica que los patronos van a beneficiarse de toda la caída de salario real generada por la inflación. En este caso cualquier proceso inflacionario provoca una caída de la participación de los salarios en la renta. Más o menos esto es lo que se pretende al apelar a la productividad (algo que suena a bueno) y criticar la inflación. Los defensores del argumento aluden (otra vieja historia, de los años setenta) que en muchos casos se trata de una inflación “importada” vía aumento de las materias primas (petróleo. etc.) y que la indexación de los salarios lo único que haría sería reforzar la inflación interna. O sea que los salarios se deben comer por entero la caída de poder adquisitivo que afecta al país cuando crecen los precios foráneos. En el caso de nuestra historia económica reciente no está claro que el diferencial de inflación se haya debido a esta causa. Hay otros factores que han jugado, como los aumentos de beneficios en sectores poco competitivos (como es el caso de todo lo referente a ocio y restauración), o los aumentos de precios de servicios públicos. Sin contar que el índice de precios al consumo no ha incluido los precios de compra de viviendas que durante muchos años han tenido un crecimiento desbocado y han condicionado el gasto de muchas personas.

En España los salarios son bajos.

Aunque su medición es siempre difícil, si tomamos una medida convencional, la que ofrece Eurostat para 2006 (último año para el que se dan cifras completas), el salario medio español equivalía al 68% de la media de toda la UE, y el 54% respecto al salario medio alemán. Si nos atenemos a la participación de los salarios en la renta, en la última década los ingresos salariales (salarios más seguridad social) han oscilado entre el 47 y el 49% de la renta total, mostrando una notable estabilidad. Pero ésta solo se ha mantenido a causa del continuado proceso de asalarización del país (reducción del peso de autónomos y aumento de asalariados). Si la proporción de asalariados se hubiera mantenido constante, los salarios habrían visto disminuir notablemente (unos 5 puntos) su participación en la renta. La razón fundamental no está sólo en las políticas de negociación colectiva (donde la moderación salarial con el objetivo de crear empleo ha estado presente), sino sobre todo a lo que llamamos “derivas” salariales provocadas tanto por los cambios en la estructura del empleo (crecimiento de sectores de bajos salarios) como de las políticas empresariales (externalización de empleos, sustitución de trabajadores antiguos por jovenes, etc.).

Es cierto que el sistema de negociación colectiva y de fijación de salarios requiere una reforma,

Pero no por las razones que esgrimen nuestros neoliberales y que exige la señora Merkel. Sino porque nuestro sistema salarial rebosa de desigualdades, segmentaciones que en gran parte se explican por la inercia de un enmarañado y fragmentado sistema de negociación y por la debilidad estructural de la clase trabajadora, especialmente de la que queda fuera de las escasas “ciudadelas obreras en declive”. Pero para hacer una reforma que mejore la equidad y la racionalidad, que garantice un salario básico a todo el mundo, hace falta primero que los sindicatos aclaren sus propuestas, expliquen objetivos y avancen una plataforma. Algo que han sido incapaces de realizar hasta el presente porque el modelo sindical (incluido el de los sindicatos minoritarios implantados en algunas grandes empresas) ha sido más el de mantener las inercias que el de ofrecer una propuesta inclusiva para el conjunto de las clases trabajadoras, hombres y mujeres, de todos los sectores. Visto lo ocurrido con las pensiones nos tememos que, si este esfuerzo no se realiza, viviremos otra vez el recorrido entre el “no pasarán” y la derrota presentada como victoria. O sea más moderación salarial y más desigualdades.

http://www.grups.pangea.org/mailman/listinfo/mientrastanto.e



 
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concepció&disseny;: miquel garcia "esranxer@yahoo.es"